El tiempo vuela. Como Charlie, el jazz o los desiertos que tanto añoraba el maestro Eielson. El 8 de marzo pasado se cumplió un año de esa fatídica tarde en Milán, en la que el reloj se hizo un nudo al dar las cuatro. Homenajes habrá por doquier, no solo en Perú sino también en los 12 países en donde ha sido traducida su obra, pero igual no bastarán para hacerle justicia a este ARTISTA que supo cobijar las artes en una amalgama lúdica, rigurosa y pasional. Solo queda, como siempre, dejarse llevar por su palabra, pese a que a primera vista esta no esté ahí.
"Nada es más claro para mí
que el misterio de la muerte"
J.E.E.
Jorge Eduardo Eielson nació en Lima el 13 de abril de 1924, como resultado de la unión de una limeña y un descendiente de escandinavos. Pertenece a la Generación del 50, junto a Javier Sologuren, Carlos Germán Belli, Washington Delgado, Gonzalo Rosé, Sebastián Salazar Bondy, Alejandro Romualdo y Blanca Varela.
Desde pequeño manifestaría sus primeras tendencias artísticas, ejercitándose en el piano, dibujando, recitando fragmentos de sus autores predilectos, inventando objetos con cualquier cosa que cogía entre sus manos. Ya en el colegio Alfonso Ugarte tendría como maestro a José María Arguedas, quien impresionado por el talento del joven artista se haría su amigo. Relación que le serviría a J.E.E. para entrar en los círculos artísticos y literarios de la capital.
En 1945, el poeta gana el Premio Nacional de Poesía con Reinos, que para su sorpresa había sido puesto en concurso por su amigo, el historiador Jorge Basadre. Un año después se haría con el Premio Nacional de Teatro, gracias a su obra Maquillage. Más tarde comenzaría a pintar. En 1948 realiza su primera exposición en una galería capitalina y a los pocos meses parte rumbo a París.
OBRA PLÁSTICA. Al principio influenciado por Klee y Miró, Eielson se sumergiría en su eterna labor de búsqueda. Cuenta que, cuando estaba escribiendo la novela El cuerpo de Giulia-no, entre 1953 y 1957, sentía un hartazgo de la literatura. "Me parecía literalmente como si me rompiera la cabeza ante un estéril muro de palabras. Llegué a odiarlas", confesó.
Tiempo después se dedicó de lleno a las artes plásticas y visuales, ya con varios tinteros de donde coger, luego que Arguedas lo paseara por nuestra cultura precolombina. Intervino en diversas bienales de Venecia. En el año 2004 se hizo acreedor al Premio Teknoquímica, lo que motivó una exposición curada por los críticos Emilio Tarazona y Alfonso Castrillón en abril del año siguiente. Esta recorría los más de 50 años de su obra plástica y visual. Aquí resaltarían parte de las series Quipus, El paisaje infinito de la costa del Perú y la muestra fotográfica sobre Esculturas subterráneas.
Y pese a no estar necesariamente escrita, la poesía estaba ahí. Bastaba con recordar al pájaro amarillo de nombre Charlie de Celebración y ver la pared pintada del mismo color; o darle vueltas a las noches oscuras, del tiempo, del cuerpo. Justamente por esos días, en los que el autor de Sin Título había cumplido 81 años, este tuvo una actuación en la Galería Melesi, cuyo título fue Vivere e un'opera d'arte.
"Vestida de payasa, la galerista repartía narices rojas al público. (...) Por fin, apareció Jorge Eduardo con la cara pintada de blanco y una nariz roja. Se sentó en silencio y miró al público. Soltó una risa ligera y volvió a reír. Unas risas tímidas se alzaron. Eielson siguió riendo y el público, cayendo pronto en el juego, rió a gusto. Luego, el artista y su público reían a pierna suelta. Pocos minutos, Eielson se puso de pie y desapareció sin haber dicho una sola palabra", recuerda el crítico Julio Ortega.
DES/NUDANDO A EIELSON. "Allí lo lamieron las vacas, los borregos apoyaron sus dulces pechos algodonados en su cuchillo y diéronse muerte uno a uno, las cabras, como grandes estrellas de cuerno, con el pellejo seco, caldearon su corazón, durmiendo sobre él, meándose y defecando sobre su blanco cuerpo" (extracto de Ajax).
Desde un principio, en Reinos, Ajax y Antígona, el artista mostró esa insignia que lo definiría eternamente: la antelación. No es un secreto que J.E.E. fue un constante descubridor y perpetuo enamorado del lenguaje, en todas su formas. Su poesía pasó por fases lacónicas, irónicas, barrocas e introspectivas.
El erotismo tocó sus textos y lienzos como una gota, apenas perceptible pero prominente en su presencia y afectación. Noche Oscura del cuerpo y Habitación en Roma, fueron el inicio de este derruir por la piel, que dejaba una fragancia ineludible a danza. A puertas del nuevo siglo publicaría Sin Título y Celebración, poemarios en que esta búsqueda continuará, pero de una manera más musical, y si vale el adjetivo 'desvestida'.
Y es que sean sonetos o haikus, la poesía de Eielson se deja llevar, y a ti con ella. Por los laberintos del budismo zen, el autoanálisis, por la expectación del camino, la ironía y la ternura con que desdibujaba -y retrataba- la realidad.
El gran poeta José Watanabe comenta que "si lees Habitación en Roma piensas que hacer poesía, aparentemente, es fácil. Pero no, debajo hay una cocina, un rigor poético, una carga afectiva tan fuerte y todo ello llevado a palabras sencillas. Pablo Guevara me decía, y yo estoy de acuerdo con él, 'Eielson es el Mozart de la poesía', todo lo hace fácil".
NO SOY NADA. Hace varios años ya, durante la célebre entrevista que Julio Ramón Ribeyro le hiciera al autor de Acto final, el primero puso sobre el tapete el 'problema' de ser un artista que profesa dos artes y el peligro latente de no ser tomado en serio en ninguna. Ante esto, Eielson respondió con su característico desparpajo:
"No soy 'poeta-pintor' ni 'pintor-poeta', y nunca he comprendido ese término. (...) He escrito artículos para periódicos y no soy periodista. He escrito algunas piezas de teatro y no soy dramaturgo. (...) He escrito cuentos y no soy cuentista. Una novela y media y no soy novelista. En 1962 compuse una Misa solemne a Marilyn Monroe, y últimamente preparo un concierto y no soy músico. Como ves, no soy nada".
ARTE POÉTICA. "Hay un conejo asustado/ Que se llama vida", señala el creador. También les niega el alma a los hombres de negocios, grita por doquier que se ha vuelto loco y sincera su glande al ritmo del aire. Sí, Jorge Eduardo Eielson es parte de esa especie de rarae avis que mantuvo incólume su mensaje, a pesar de saltar de una disciplina a otra.
Sus obras se han exhibido en salas de Europa y América Latina; así como en el Museo de Arte Moderno de Nueva York, donde compartió espacio con Julio Le Parc, Keizo Morishita y Bruno Munari. Su trabajo plástico figura en colecciones tan importantes como la del MOMA de Nueva York y la colección Nelson Rockefeller. Ha pasado por la poesía, la novela, el cuento y el ensayo con igual maestría. Y es que el fondo siempre fue el mismo. Por eso, hablar de Eielson es proferir palabras mayores.
Solo basta abrir un libro de él, para que se te haga un nudo en la garganta, tus ojos se encapoten y se arrugue tu corazón. Él es un pájaro, un conejo, una rama. Es el desierto, es Nazca, un eterno nudo. O quizá, tan solo un hado que convierte en arte todo lo que toca.
Incluso ahora, de seguro al lado de Charlie Parker, Dizzy y Thelonious Monk, dejándose llevar por la cadencia de las notas, copiando y reinventando una, dos, mil veces más cada suspiro. Recordando noche y día, aquella estatua de esa mucha rubia, hundida entre sus huesos.
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