02 noviembre 2006

Un iceberg de apellido Guevara

“Los libros y los poemas, dice Alfonso Reyes, son como los hijos, los engendramos, los vemos nacer con alegría, les ponemos nombre, los corregimos y un buen día van por el mundo independientemente de nosotros. Así le ocurre a Pablo Guevara con sus primeros poemas, los de Retorno a la criatura. Esos textos han calado en sus lectores, han llegado a la universidad, a la escuela, e inclusive a aquellos que no leen habitualmente poesía”. Marco Martos

No terminaba de despertar –y no deseaba hacerlo- cuando una noticia en RPP lo hizo por mí, a la edad de 76 años murió el gran poeta peruano Pablo Guevara Miraval, ganador del Premio Nacional de Poesía (1954) y del Premio COPÉ de Poesía (1997), en su primera edición. Ahora es él quien duerme.

Apasionado, polémico, distraído, sonriente. De muchas formas. Pensar en Pablo Guevara es recordar la eterna figura de Vallejo, esa búsqueda casi filósofo-anatómica que tenía del autor de Trilce.

Nació hace 76 años en Lima y estudió en la Universidad Católica y en la Universidad de San Marcos, donde se graduó como profesor.

Lo conocimos en un coloquio sobre Martín Adán, hace unos años ya en la PUCP y, nos enseñó, que ‘desmenuzar’ lingüísticamente la poesía, con la semiótica en la mano, no siempre le quitaba el alma a este manar incólume del lenguaje y el espíritu.

Demostró que en ocasiones ayudaba a entrar, palpar y oler mejor no solo a la poesía, sino a la vida misma.

Pablo Guevara era poeta, profesor universitario y cineasta. Su contacto con los intelectuales era tan jovial como el que tenía con los jóvenes. Ya sea en San Marcos, Católica o en la calle, en Seminarios o Mesas Redondas, por teléfono o en persona.

Era exigente e implacable. Recibía multitud de textos, ya sean de amigos o de nuevos conocidos. Y podías caerle muy bien, pero si escribías mal te recomendaba dedicarte a otra cosa.

Es ineludible comentar que el autor de Hotel del Cusco y otras provincias del Perú siempre negó ser parte de la ‘Generación del 50’, a la que pertenecen Blanca Varela y el también fallecido Washington Delgado, entre otros.

Sentenciaba ser “un poeta sin generación”, pero reconocía la influencia ejercida en vates de la generación posterior, entre los que se cuenta a Marco Martos, Rodolfo Hinostroza y Mirko Lauer.

Sus largas estancias en España y Dinamarca parecerían haberlo marcado con una visión social ‘muy amplia’ la que se vería reflejada en su obra literaria.

Desde hace unos años vivía en Lurín, alejado una vez más de esta Lima gris. Como tomando oxígeno, como dejando que el verde natural de sus pastos lo remediara de algunos males y lo que concentrara –aún más- en su eterna tarea

Su obra poética se resume en: Retorno a la creatura (Madrid, 1957), Los habitantes (Lima, 1965), Crónicas contra los bribones (Lima, 1967), Hotel del Cusco y otras provincias del Perú (1972), Un iceberg llamado Poesía (Lima, 1998), La colisión, ópera marítima en 5 actos: Un iceberg llamado Poesía, En el bosque de hielos, A los ataúdes, a los ataúdes, Cariátides, Quadernas, quadernas, quadernas (Lima, 1999).

Guevara sorprendió a la crítica y a sus lectores con esa última obra que daría a luz luego de 30 años. Aquí mediante un postmoderno hipertexto haría una ‘tesis no escrita, pero leída entre palabras’ bajo el supuesto de que existen vasos comunicantes, corrientes secretas entre las distintas formas literarias.

El autor de “Mi padre, zapatero” reconocería en una entrevista su extrañeza ante esta situación, “es inexplicable para mí, soy el primer sorprendido con esa circunstancia” diría.

Mirko Lauer lo explicaría de esta manera: “no hay manera de referirse a este libro sin decir que aparece casi 30 años después del anterior. Pues el silencio recorre estos cinco volúmenes por todas partes. El silencio poético y el silencio crítico, que son a su vez el trasatlántico Titanic y el iceberg Poesía desplazándose en la noche casi ártica. A su vez esa noche está habitada por los grandes silencios poéticos con nombre propio. Los 35 años que se tomó Emilio Adolfo Westphalen entre un poemario y otro. Los 20 años sin poemarios nuevos de Jorge Eduardo Eielson. Los decenios interminables que van acumulando, como una estela de hielo y poesía, los poetas que simplemente dejaron de escribir”.

Para muchos su pluma ya está quieta, pero como diría él “es un milagro que en una país como el Perú existan tantos poetas”. Confiemos en los milagros entonces y en que ese iceberg jamás se derrita.

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