"Si pasa usted los treinta con toda felicidad, es decir, sin perder ni mancillar su austeridad espiritual y su fe creadora, está usted salvado", le comentaba un amigo al autor de Trilce. Era el año 1929 y en París el inmortal vate agregaba - en torno a la obra de Macedonio - que nunca fue un niño "prodigio", pero pasó esa edad con felicidad.
"Él ha seguido y sigue trabajando y creyendo, amando y odiando, con creciente llamarada creadora. No se ha apurado ni quiere improvisarse. No busca embaucar ni embaucarse a si mismo. Detesta, como Lenín, las exportaciones e importaciones con intermediarios: prensa complaciente, amables amigos o trucos demagógicos y condescendencias de técnica", añade Vallejo.
Y es que la obra del pintor trujillano es notable porque no sucumbió a amiguismos o a tertulias pasajeras, al marketing periodístico o al galardón provinciano. No, Macedonio trabajó desde un exilio propio y escogido, construyendo - ya sea en dibujos, pinturas, selvas, paisajes o retratos - un mapa propio de su tiempo, pudiendo recoger la formación de los barrios marginales, el paisaje costeño y las fantasías vegetales, además de algunos retratos de gran valía y surreal valía.
El artista era poseedor de una estética muy original, pero para comprobarlo hace faltan ver la exposición curada por Luis Enrique Tord - experto y autor del libro Macedonio de la Torre - en el C.C. Inca Garcilaso (Jr. Ucayali 391, Lima). Cada obra tiene una armonía particular en los tiempos y colores, en la misma combinación de espacios, en un fondo que está más allá del reloj y la luz.
Además, se trata de la primera retrospectiva sobre el pintor después de su muerte. La última muestra antológica de su obra se realizó en 1968. Visitas: De martes a sábados de 10 a.m. a 7.30 p.m. y domingos de 10 a.m. a 6 p.m. Hasta el 25 de enero.
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