30 abril 2007

José Watanabe descansa en paz


José Watanabe falleció en el Instituto Nacional de Enfermedades Neoplásicas a las 11.30 de la noche del miércoles 25 de abril, víctima de cáncer al esófago, a la edad de 61 años. Su legado queda incólume en libros como El huso de la palabra, Cosas del cuerpo y El guardián del hielo.

"Y de repente éramos dos hormigas en la vereda casual, él y yo"
José Watanabe

Todavía no puedo creerlo. Mamá entró desconcertada a mi habitación y me dijo que 'El Chema' había dejado la cabina de RPP en plena transmisión. Corriendo fui a su cuarto y me di cuenta de lo sucedido. Estaba enterado de algo, de una verdad terrible que se negaba a creer pero, debido a su profesión periodística, estaba obligado a decir: José Watanabe había muerto.

Una hora después, todavía me niego a creerlo. Pongo el CD de La Piedra Alada, penúltimo poemario de Watanabe y trato de aferrarme a su voz, a esa imperfecta y tierna manera que tenía de de leer. Pero a pesar de que esta certeza es abominable y la respiración y el dolor son inmensos, logro recordar que, como decía Carmen Martín Gaite: "lo raro es vivir". Y a eso vamos, a recordar la vida de uno de los grandes.

José Watanabe era para muchos, el mayor poeta peruano vivo después de la partida de Jorge Eduardo Eielson. Creo que junto con Blanca Varela, Marco Martos y Pablo Guevara -quien falleció hace poco-, era uno de nuestros mayores poetas en vida.

Pero, más allá de eso, lo que conmovía en este gran artista de ascendencia japonesa, era su sencillez. Siempre recordaba su pueblo Laredo (Trujillo) con cariño y reconocimiento, con sonrisas y reflexión, totalmente.

Como se sabe, Watanabe tuvo una infancia bastante pobre, marcada en parte por el recuerdo de sus padres trabajando en una hacienda azucarera. Su familia ganó la lotería y de esta forma, logró aplacar su pobreza y ascender a la clase media. Luego, los Watanabe se mudaron a Trujillo y el poeta emigró a capital para estudiar. Quizá por eso nunca olvidó Laredo, presente en su obra.

Quien escribe conoció a José Watanabe hace unos años, trabajando en una librería miraflorina. Cuando a poco tiempo que se retire de la tienda, le pedí su rúbrica en dos de sus poemarios: El guardián del hielo y La Piedra Alada. Pero la naturalidad del poeta me conmovió, su extrema sencillez, su deliciosa amabilidad. Pero no solo eso, el maestro se conmovió que un iluso mortal separara algo de su jornal para comprar su obra.

Recuerdo como el maestro, miembro de la Generación del 70 hablaba de sus hijas con igual ternura, reflexión y comprensión. Las quería mucho y por lo mismo, las trataba de entender, y a pesar de no hacerlo a veces, les daba la libertad para equivocarse. Era maravilloso. "Y si roja nuestra alegría será íntima y tácita como la alegría de la iguana que no tiene voz para celebrar", lo será por siempre.

Ahora solo queda esperar, para despertar de esta mala broma, porque sé que como yo, muchos esperan que la "ardillla" cumpla con volver, o que "el gato" nos saque la lengua por nuestra ventana। Y es que sí, maestro Watanabe, todavía sigo esperando en mi sueño una piedad.




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