04 abril 2006

Antes que anochezca...

Nueve y media de la mañana, Miraflores luce cansada, se estira, bosteza, hace un guiño travieso y se esconde bajo las sábanas. El sol acaricia nuestras mejillas y termina por despertar dos faroles que por el momento lucen a media luz. En una esquina, taciturna y desesperada, una casa otrora bastión de aventura, olas y cemento luce transformada en un gran albergue de libros. La casa verde le dicen(los que no conocen La Casa Verde), custodiada por Cafés, Centros Comerciales y uno que otro personaje, de esos que solo se ven por aquí, como adorno de estos vitrales y del sudor opaco que se trasluce en una sombra cínica.

Todavía es muy temprano, los cuerpos se dejan girar en un vaivén casi roto, derretido por este sol que aploma, a bordo de la brisa embriagadora, las niñas y el inglés. Pero eso es afuera. Aquí adentro un muchacho disfrazado de buena gente revisa su correo y se lava la cara. Se ordena, busca lucir presentable. Ya se apuntó en el libro y saluda al público lector, al cliente de ancho bolsillo, a la tarjetita dorada, los papás y uno que otro incauto. Si habla inglés mejor.

Y se escucha el sonido del silencio, ese del cual habló Beckett. Aullidos llenos de ira, de violencia, insanidad. Rostros cansados de vivir, cuerpos que solo vagan en una existencia disforme. Eso sí, revestidos de una envidia casi ubicua y desamparada. Pero lista a disparar. Las carabinas son sus ojos, sus bocas son las sirenas: “Únanse al baile...de los que sobrán”.

Si alguna vez escuchaste que la indiferencia es la mejor vacuna contra la envidia y los malos deseos debemos confirmarte que toda regla tiene siempre una excepción. Y que incluso las excepciones tienen su regla. Estamos viviendo una excepción de color verde mediterráneo, por ahí lo del calor (claro que tampoco hay aire acondicionado, los ventiladores son graciosamente inoperantes, el humor de la gente bulle como miasma arequipeño, el agua se ha ido por el “caño” al hueco de la diabla y esos malditos libros están hechos de papel pues carajo, por eso tanto calor).

Aquí arriba la vida no es más sabrosa. En ocasiones no hay ventas pero si salen libros, no entra dinero pero milagrosamente si sale, no hay gente pero el humor es fuerte, estamos en tierra firme pero el olor a sal es irremediable. Digamos que nuestra caja es la boca de la empresa en lo que refiere a dinero, pero el culo de esta por que todo es pura mierda.

A estas horas El Cuentista debe de estar terminando de leer El Espía Imperfecto y escribiéndole a su mamita, allá en la lejana Buenos Aires. Esa última carta que recibió de ella fue la vitamina que faltaba para ponerse de acuerdo con su compañero de labores y tomar el timón de un barco mucho más grande. Una nave que llevaba a bordo la ilusión creadora, una escalera al colofón en donde se sitúan los que figuran en el mapa.
Ellos (él y su compañero) planeaban confeccionar un boletín electrónico, la tarea era ardua y dura pero podría ser gratificante, llena de literatura, sinopsis de todos los libros de la tienda, entrevistas a poetas, escritores, dramaturgos, críticos, periodistas y políticos. Había espacio para todos, incluso para Coelho, Chopra y Walter Risso (en estos casos se limitarían a copiar lo que dice el libro y comentar sus récordes en ventas. Para Cortázar, Mailer, Borges o Adán se emplearían links hacia sus biografías, extractos de su obra y opiniones de entendidos.

Sí, El Cuentista planeaba contarle a mamita allá en la lejana Buenos Aires todo esto, para que ella pudiera soportar mejor la vida sola y fría que la ausentaba de su Ratoncito(así llamaba al Cuentista) y sus otros dos retoños. Buenos Aires era una piedra punzante en la columna vertebral de una señora de cincuenta años, soportando todo y nada con tal de saber algo. Por eso El Cuentista deseaba darle las buenas nuevas, que se metió unas chelas con su pata El Vikingo y empezaron a escribir en la computadora portátil.

A esa hora ya reían y convulsionaban en torno a un sueño vagabundo. El Nóbel, el primer libro y la vuelta al mapa. Habían tenido un desayuno “DE NEGOCIOS” con sus compañeros de tienda: la jefa, la cajera y los otros dos vendedores, se habían burlado de sus juicios torpes, de la poca grandeza (nula más bien) de sus superiores y habían acordado no competir nunca. A diferencia de las caras largas y feroces que pululaban en la tienda, ellos tenían vida después de esta muerte. Habían trascendido.

Y trascendieron aún más cuando llegó el lunes.

Después de un domingo tranquilo y con buenas ventas nos encontramos en la librería. Yo venía algo desordenado para variar y tenía unas ojeras que parecían cuencas. Ni hablar de mi cabello, pues lucía como un nido sin pollitos. Era urgente visitar el baño, meter la camisa dentro del pantalón, echarme agua al rostro y espantar a todas las lechuzas que moraban mi semblante. Un chorro más de agua y listo.

Ya afuera me di con la sorpresa. La jefa de tienda me llamó con el aire distante que solo ella tiene y un cigarro no por triste menos encendido. Sus manos bailaban entre el humo y las cenizas, dándole la espalda a los vitrales y a esa noticia que debía comunicar. Pues como en tantos otros casos era solo la portavoz oficial de malas nuevas.

Mentiría al decir que era algo que no esperaba, desde que estoy aquí es algo latente. Es más tiene forma y sombra propia.

Fue rápido, lo que algunos dirían una buena muerte. A no ser porque los muertos debían de cavar su propia tumba, ordenar las flores, maquillarse y vestirse, y es más trabajar todo ese jodido día para pagar un sepelio que ya no podía ser digno. Yo había elegido vivir. O más bien sobrevivir. Seguir marchando aquí, pues en este solar verde, uno “solo existe”.

Desde mañana habrá un solo horario y nada más dos vendedores. Ya era tarde, todavía no sale el sol pero es tarde-y también lo era al entrar-pero no para fumar un pucho. Trabajaríamos como mulas con la usual sonrisa en los labios. Jajajá.

Y mis palabras lucían tan absurdas. Pidiendo almuerzo no solo los domingos sino también las doce horas del sábado. Imaginado un incremento salarial. Cavilando un futuro diferente y próspero. Maquinado el boletín. No había minibar, ni nada que pudiera ir adentro. Ahora tampoco hay agua, se la llevaron hacia el infierno. Las promesas siguen jurándose amor eterno. Dios mío!!! Ni Allende...

El Cuentista y la locuaz Daria(léase otra promotora de servicios al cliente?) salieron por la puerta falsa. Llegaron y se enteraron, ya no pertenecían a esta gran familia que te organiza reuniones después de la hora del trabajo, a las que no quieres ir pero estás obligado. Eso sí con la mejor disposición y sonrisa Made in Administración. Para aplaudir, cantar rancheras y decir salud. También para comprender que la empresa no anda bien y que las diez y once horas que ahora trabajamos es porque debemos poner el hombro. Acaso amigo lector todavía no entiende que somos una gran familia.

Esta es la sucursal de bajo el puente, por donde pasas para ir a la playita. Aquí la cosa es más difícil, la tienda se ensucia por tonelaje(es un acuerdo que firmaron el hada de los dientes, el duende parlanchín y los mafufos de Berlín) y terminas de otro color, trabajas todo el día y nunca(aunque lo hagas) cumples con las expectativas. Pues en comparación con la tienda de los locos vendemos la mitad. Así que lo hacemos muy mal. Por ello allá que son ocho vendedores, donde nunca nos mandan sus clientes si es que se les acaba un libro, en donde el trapo es lisura y no van los jefes muy seguido, allí donde les pagan puntuales y los ponen como ejemplo, este cambio temporal para beneficio de la empresa no llegó. A eso le llamo equidad, buena administración, sentido común.

El Cuentista cambio de historia. Su mamita no recibirá la carta larga que él imaginó, más bien le enviará postales y le dirá que todo sigue bien. Que las tertulias literarias siguen viento en popa y su pata se sigue burlando de su defecto para pronunciar la “s”. Allá en la lejana Buenos Aires se teje otra historia y los hilos talvez lleguen a una quinta alegre y sola que queda en el Callao.

Aquí en Miraflores la cosa sigue igual. Daria dijo: “hasta nunca” y dejó sentado que solo los niños bonitos escriben sobre cultura (que me habrá querido decir?). Por supuesto con el garbo y ángel que a ella la caracteriza. Sin comentarios.

Ya se hace tarde. El sol estira un brazo y se suelta las lianas, nos toca en su pesado sudor. Nos asfixiamos, el cansancio nos quiere llevar. Ya tengo pareja le digo. Siempre alegre. Siempre ruin con la impiedad. Me gusta poner la música, me gusta que los demás bailen mi ritmo.

Y aunque sé que la canción que suena en este limbo de papel es otra, no importa. Siempre tengo muchas voces dentro de mí, muchas notas, muchos grises. Aunque no hayan calculadoras, perforadores decentes, papel. Sé que todavía no llega el inventario y siempre juegan con nuestro horario, como si fueran dueños de nuestras vidas las 24 horas del día. Que falta una recepcionista que atiende a los proveedores y se encargue de gritar a los chicos por dejar las cajas en todos lados y tener contacto directo con ese inframundo al cual bajas cada quincena a cobrar, con la garganta en la mano y los nudillos latentes.
Sé que hay que tratar. Claro, queriendo que esta vez sea, antes que anochezca.

Firman: Julito Cortázar, El Gabo, James Joyce, Salvador Dalí, José Antonio Marina, Samuel Beckett, Tilsa, Blanca Varela, Jorge Eduardo Eielson, Poe, Borges y todos los demás.

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