El modernismo de Darío, añejo y embriagador
De Nicaragua para el mundo, el poeta Rubén Darío dejó su indeleble firma en las letras castellanas. Fue el abanderado de la corriente modernista y entre sus más afamados libros se recuerda Azul, con el que salió a la luz. Hoy se cumplen 91 años de su partida, la cual recibió en su tierra, sin hijos ni esposa a su lado. Aquí un homenaje.
Más allá de Azul nos gusta el Darío encendido, incestuoso y jovial que hace que las piedras sientan, que las sombras tiemblen. Aquél que a pesar de ser canción, brinda con el polvo y la mala hierba. A ese Darío, a Rubén Darío, le decimos Salud, hoy, a 91 años de su partida.
Félix Rubén García Sarmiento, como en realidad se llamaba, nació el 18 de enero de 1867 en Metapa (hoy Ciudad Darío), Nicaragua. Fue poeta y prosista. Llegó a ser el líder indiscutible del movimiento modernista que tanto influyó sobre toda la literatura de habla española.
Empezó su carrera -por así decirlo- muy joven. El mismo aseguraba que aprendió a leer a los tres años y poco después a escribir. Y aunque es discutible la calidad de su obra a tan temprana edad, alrededor de los trece años, es plausible la audacia de tan desmedida criatura.
Sus primeras influencias fueron los poetas españoles de la época: Zorrilla, Campoamor, Núñez de Arce y Ventura de la Vega. Pero pronto bebería de otras aguas, algo más espesas y mucho más oscuras. Llegarían Paul Verlaine y Víctor Hugo, Edgar Allan Poe, por quienes hasta el final de sus días confesaría admiración.
VERLAINE. "Como la voz de un muerto que cantara/ Desde el fondo de su fosa/ Amante, escucha subir hasta tu retiro/ Mi voz agria y falsa". Extracto de Serenata de Paul Verlaine. La influencia que ejerció el poeta francés en la obra de Rubén Darío fue decisiva. Lo dotó de ese ocultismo especial, de ese arsenal de figuras.
Verlaine dice: La noche. La lluvia. Un cielo incoloro que desgarra.
Darío escribe: ¡Oh, mi amigo¡, el cielo está opaco, el aire frío, el día triste. Flotan brumosas y grises melancolías...
Sin embargo, el encuentro entre Rubén Darío y su ídolo fue una de las experiencias más agrias y desalentadoras que le tocó vivir. Le presentaron a Verlaine en el café d'Harcourt del Quartier latin, pero -y pese a no detallar lo sucedido- muchas biografías apuntan a que fue una verdadera decepción.
LA ELEGÍA DE UN VIAJERO. Darío no fue de aquellos intelectuales que se contentaron con soñar el mundo a través de los libros. Desde muy joven prefirió recorrerlo y, quizá, estas experiencias fueron el asidero más grande hacia donde regresaba.
Ahí el corazón de su obra, en donde las páginas no son más que espejos de su turbulenta y peripatética vida. Aquellos días marcados por la lectura de la poesía en grandes reuniones, por la bebida -su eterno mal-, por las mujeres.
El poeta viajó extensamente por América y Europa. Lo hizo en calidad de diplomático y periodista, de amante y don nadie, de bala y de sangre. Se casó dos veces y tentó una tercera. Vivió en Francia, Argentina, Chile, España y Cuba, solo por nombrar algunos países.
Tuvo cuatro hijos, dos de los cuales murieron muy jóvenes. Bebió de la vida a borbotones y a borbotones se le fue yendo.
EL POETA. La poesía de el "Príncipe de las letras castellanas" destaca por su musicalidad y su gran riqueza métrica. Abrió nuevos horizontes a la lírica en lengua castellana, y fue ampliamente imitada por numerosos poetas de todo el ámbito hispánico.
Y es que Darío hizo suyo el lema de Verlaine: "De la musique avant toute chose". Para él, como para todos los modernistas, la poesía era, ante todo, música.
Pero no solo la utilización del verso alejandrino. Eran sus símbolos, sus detalles, el cisne, sus dulces agravios.
Para muchos, sus libros decisivos fueron: Azul (1888), Prosas profanas (1896) y Canto errante (1907).
Darío falleció en León (Nicaragua) el 6 de febrero de 1916), luego de que estallara la Primera Guerra Mundial. Ya había dejado en la miseria a sus otros dos hijos, los que 'afortunadamente' sobrevivieron a su padre, tal vez por estar sin él.
El escritor chileno Eduardo de la Barra señala en la edición de Azul de editorial Lumen que: "Rubén Darío es, en efecto, un poeta de exquisito temperamento artístico fue aduna el vigor a la gracia; de gusto fino y delicado, casi diría aristocrático; neurótico y por lo mismo original; lleno de fosforescencias súbitas, de novedades y sorpresas; con la cabeza poblada de aladas fantasías, quimeras y ensueños, y el corazón ávido de amor, siempre abierto a la esperanza".
Y en la esperanza se extinguió, una y otra vez.
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