16 agosto 2009

Amor, un hermoso lugar común

el amor es irremediable

Ya hace varios años Vargas Llosa escribía -en La tía Julia y el escribidor- que “el amor no existía, que era una invención de un italiano llamado Petrarca y de los trovadores provenzales. Que eso que las gentes creían un cristalino manar de la emoción, una pura efusión del sentimiento, era el deseo instintivo de los gatos en celo disimulado detrás de las palabras bellas y los mitos de la literatura”. Yo no le creí, pero él tampoco.

La posición de Fromm es algo distinta. Él asegura que el amor es un arte y, como tal, una acción voluntaria que se emprende y se aprende, no una pasión que se impone contra la voluntad de quien lo vive, sino más bien una decisión propia.

Nietzsche añade que aquello que por amor se hace, "siempre está más allá del bien y del mal", dado que no tiene nada que ver la justicia, la moral o lo correcto y sí con el deseo.

Pero ensayemos. Un significado, una diatriba, un alcance, un hermoso exabrupto. El amor es espontáneo, travieso, rebelde. Algunos incluso lo han tildado de ciego. Yo, como Onetti, prefiero pensar que es absurdo y maravilloso.

Que es una esquirla, un pétalo, una bala perdida. El amor nos hipnotiza, nos lleva. El amor siempre es un viaje, en ocasiones hacia lo incierto, pero a veces, es necesario perderse para encontrarse.

El amor es un estado, una comunión, una promesa. Es humano y divino. Quema, sufre y lastima. Marca, da miedo. Está en todas partes y nos toca. Es omnipotente. Es sin lugar a duda “el tema”. Recurrente quizá, pero siempre valdrá la pena.

Camus decía que el modo más cómodo para conocer una ciudad era averiguar como se trabaja, como se ama y como se muere en ella. Marguerite Duras tiene un tratado del amor en El amante, Wilde afirmaba que “todos los hombres matan lo que aman” y Julito Cortázar trataba de no pedir mucho en ‘Happy New year’.

Lo hizo Moro no sólo en Amor a muerte, Whesphalen en "Te he seguido", Varela en Dime: “dame tu tacho de basura/ la quemaré te lo prometo/ ni siquiera la voy a guardar en mi memoria/ la aceptaré.”. Aún Vallejo sucumbió al amor.

Sin embargo, me quedo con lo dicho por Gabo en El amor en los tiempos del cólera: “Era inevitable: el olor de las almendras amargas le recordaba siempre el destino de los amores contrariados”.

Publicada en 1985 es, más que todo, un compendio acerca del amor y sus múltiples variantes, un tratado sobre el corazón y su gente, el tiempo y las rebeldías, la memoria y sus laberintos, las relaciones humanas y quienes se sobrecogen a ellas, los escogidos y aquellos que le sacan la vuelta a la vida.

Y es que el amor es la negación a la muerte: - a: negación y mortis: muerte - es trascender. Parafraseando a Eielson podría afirmar que es “un saxofón que no te da tregua”, pero iré más allá. El amor es una lágrima rota, una cigarra, una hermosa mentira recogida de un país absurdo.

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